martes, 22 de febrero de 2011

Marina Abramovic: la infinidad de la mente en las limitaciones del cuerpo.

María Arregui



Si hay alguna artista que ponga los vellos de punta y que no deje indiferente a nadie, esa es Marina Abramovic. Esta artista serbia nacida en Belgrado (Yugoslavia) es una de las pioneras en la realización de performance, comenzando en la década de los 70, lo que hace que se autodefina como "la abuela de la performance". Transgresora, rupturista, radical, son algunos de los adjetivos que conforman la obra y el papel de esta artista que desde sus inicios denuncia la opresión y el retraso de su realización como ser por culpa del sistema educativo establecido en su país, utilizando su  propio cuerpo como elemento fundamental de la experiencia en la que basa su estudio comunicativo entre su ser y en entorno que le rodea, incluyendo al público en su propia performance y haciéndolo partícife fundamental. Sin embargo los temas de sus obras recorren también la exploración de la espiritualidad en el sexo, ampliando su experiencia artística más allá de los soportes convencionales, siendo el mayor protagonista el cuerpo del sujeto, que guarda en sí toda la experiencia vital en la que Abramovic centra su interés como tema, siendo la relación vida-muerte una constante en su obra.

El compromiso entre la artista y la profundización en el conocimiento en la experimentación sobre la propia materialidad del sujeto no tiene límites, y su obra se irá radicalizando con el tiempo, como una necesidad de enfatizar su ansia expresiva y comunicativa incluso hasta el punto de agredirse a sí misma.  Pero, ¿acaso esto es una actitud masoquista? Es común que a causa de estos actos sangrientos y macabros la obra de Abramovic produzca rechazo e incluso repulsa por parte de un público con criterios más tradicionales o cuya sensibilidad no asimila el entendimiento de su mensaje, rechazándolo desde primera hora sin mayor interés, sin embargo, quedan exentos de la emoción que conlleva dejarse arrastrar por la fuerza sin mesura y la rotundidad de su emocionante obra.




 Será en 1973  cuando lleve a cabo la primera de sus performance: "Ritmo 10". En esta ocasión, Abramovic se sitúa de rodillas ante una grabadora que pone en marcha y una veintena de cuchillos que clavaba entre sus dedos, con la palma de la mano abierta contra en suelo; cada vez que se dañaba, cambiaba de cuchillo hasta realizar la operación veinte veces, era entonces cuando reproducía los sonidos de la grabadora e intentaba repetir las mismas acciones pero, ¿con qué intención? Abramovic basaba su obra en la relación de la mente con el sujeto y la relación del pasado y el presente, en un intento de unificarlos. De modo que ya desde sus inicios la artista empieza a considerar y trabajar en base a la conciencia del artista y las posibilidades de la mente. La tensión que produce a quien contempla la escena es abrumadora e incluso agonizante, llegando a desear que finalice la acción al mismo tiempo que la perplejidad que suscita se convierte en una experiencia cuanto menos, emocionante.




Pero será la más célebre de sus performance:  "Ritmo 0" en el año 1974  cuando llegue al extremo de su entrega personal a la causa de su obra. En esta ocasión la artista asumía la sumisión ante la voluntad del público, invitando a éste a intervenir en su cuerpo con cualquiera de los 74 objetos elegidos por la artista, entre los que se encontraban tanto objetos cuyo fin es una experiencia placentera  como objetos de agresión: cuchillos, látigo, tijeras e incluso una pistola y una bala. Durante seis horas estuvo su cuerpo expuesto a merced de la voluntad de los espectadores, que en un principio se mostraba tímido y respetuoso en sus intervenciones, sin embargo, a medida que pasaban las horas la agresividad iba en aumento hasta el punto de que alguien llegó a colocar la bala en la pistola y apuntó a Abramovic, que permanecía impasible; ella misma admitió que era "la única performance en la que estaba dispuesta a morir".

Es realmente interesante no sólo el proceso artístico, que lleva implícito una labor intelectual compleja, sino los resultados que concluyen la obra, como la demostración de la agresividad sin razón, dando así lugar incluso a la reflexión sobre la psicología y conducta humana.

Varias de sus obras las realiza en conjunto con el artista Uwe Laysiepen. "Death self" o "La muerte misma" es una de las performance más interesantes, y en la línea de autodestrucción como medio de transmisión de su mensaje de un modo directo, impactante y rotundo pensando para despertar consciencias. Abramovic y Laysiepen (o Ulay, su nombre artístico) unian sus labios y el aire que inspiraban era el que expiraba el otro, de modo que al cabo de diecisiete minutos no quedaba oxígeno en sus pulmones, por lo que cayeron simultáneamente inconscientes. De nuevo una lección: la capacidad del individuo de interferir en la vida de la otra persona afectándola negativamente, anulándola, controlándola e incluso destruyéndola. 



En esta treintena de años, Marina Abramovic se ha hecho un presitgioso lugar dentro del mundo del arte a nivel internacional que se ha ganado a pulso, amada y alabada por muchos y detestada e incomprendida por otros tantos, pero desde luego a todos impresiona e impacta y a todos implica, ya que sus temas afectan a la vida cotidiana y las circunsctancias que rodean la vida de cada persona, pero expresadas de modo que quien alguna vez haya leído, visto o conocido su obra, no podrá olvidarse de ella.






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3 comentarios:

  1. Me encanta tu blog, es genial, pero echo en falta una crítica o comentario de una instalación y también de una pintura. Estaría bien ver un comentario de una galería sevillana, pero no de una exposición, de la propia galería para darla a conocer.

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